4 de marzo de 2018

La máquina de sueños

Siempre soñé con ser un pájaro. Cruzar las nubes como el que atraviesa un telón de terciopelo, domar al viento y convertirlo en aliado. Surcar los cielos, cerrar los ojos, ver pasar el paisaje a toda velocidad, sobrevolar acantilados, caer en picado hacia las olas y remontar el vuelo rozando el agua.

Quise ser astronauta, embarcarme en misiones espaciales, flotar en gravedad cero, dejar que la luna dejase huella en mis botas, contactar con Houston por un problema grave, salvar a la tripulación in extremis y de forma heroica mientras el mundo contiene la respiración a través de sus televisores.

Soñé con ser pez, dejar que los corales acariciasen mis escamas, flotar hasta la superficie y desafiar con la mirada a las gaviotas hambrientas, para después sumergirme de nuevo a toda velocidad y dejarme llevar por las corrientes del océano.

Quise ser buceador, sondear las profundidades marinas, descubrir especies nuevas que nadie ha descubierto. Encontrar tesoros hundidos. Dar por fin con la Atlántida. Dejarme seducir por el canto de sirenas y volver para contarlo.

Soñé con ser lobo, aullar a la luna en mitad de la noche, ser parte de una manada fuerte, que mi territorio tuviera cientos de kilómetros y que no lo abarcase la vista, sentir un mundo de colores a través de mi olfato.

Y aunque nunca pude, por razones obvias, ser nada de lo que soñé y quise ser, me siento cada vez más pájaro, cada vez más pez, cada vez más lobo, cada vez más astronauta y cada vez más buceador. Todo a la vez y sin orden alguno. Y ni siquiera sé si son compatibles entre sí, tampoco si debería hacer más caso a una parte que a otra.

Quién me iba a decir que a mis treinta y uno, iba a seguir con la máquina de sueños a todo trapo.

La grand evasion by nuvem

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