Siempre soñé con ser un pájaro.
Cruzar las nubes como el que atraviesa un telón de terciopelo, domar al viento
y convertirlo en aliado. Surcar los cielos, cerrar los ojos, ver pasar el
paisaje a toda velocidad, sobrevolar acantilados, caer en picado hacia las olas
y remontar el vuelo rozando el agua.
Quise ser astronauta, embarcarme
en misiones espaciales, flotar en gravedad cero, dejar que la luna dejase
huella en mis botas, contactar con Houston por un problema grave, salvar a la
tripulación in extremis y de forma heroica mientras el mundo contiene la
respiración a través de sus televisores.
Soñé con ser pez, dejar que los
corales acariciasen mis escamas, flotar hasta la superficie y desafiar con la
mirada a las gaviotas hambrientas, para después sumergirme de nuevo a toda
velocidad y dejarme llevar por las corrientes del océano.
Quise ser buceador, sondear las
profundidades marinas, descubrir especies nuevas que nadie ha descubierto.
Encontrar tesoros hundidos. Dar por fin con la Atlántida. Dejarme seducir por
el canto de sirenas y volver para contarlo.
Soñé con ser lobo, aullar a la
luna en mitad de la noche, ser parte de una manada fuerte, que mi territorio
tuviera cientos de kilómetros y que no lo abarcase la vista, sentir un mundo de
colores a través de mi olfato.
Y aunque nunca pude, por razones obvias,
ser nada de lo que soñé y quise ser, me siento cada vez más pájaro, cada vez
más pez, cada vez más lobo, cada vez más astronauta y cada vez más buceador. Todo
a la vez y sin orden alguno. Y ni siquiera sé si son compatibles entre sí,
tampoco si debería hacer más caso a una parte que a otra.
Quién me iba a decir que a mis
treinta y uno, iba a seguir con la máquina de sueños a todo trapo.
0 Comentarios:
Publicar un comentario
¿Qué te ha sugerido lo que has leído? ¿Quieres aclarar algún punto? Añade lo que quieras, siéntete libre.